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Residencia de Bad Bunny visibilizó la escena boricua: “Espero que se aproveche el momento”

Expertos analizan cómo los tres meses de conciertos en el Choliseo impactaron la gestión cultural, la escena independiente y el futuro musical del país.
By José Karlo Pagán Negrón
octubre.22.2025

Fue un país convertido en escenario. No miraba hacia afuera, sino hacia sí mismo. Eran cantantes, músicos, bailarines y técnicos locales sosteniendo una producción multimillonaria sin precedentes: la residencia “No me quiero ir de aquí” de Bad Bunny. Durante tres meses, tuvimos los ojos del mundo sobre nosotros. Fuimos ese Puerto Rico que podemos ser.

Hace dos semanas –luego de 31 funciones, con más de 475,000 asistentes y aportaciones estimadas de unos $713 millones– aquello acabó. 

Pero ha dejado un sabor dulce porque fue “una gran oportunidad de demostrar, a Puerto Rico y al mundo, la capacidad creativa y de producción que tenemos”, puntualiza Javier Hernández Acosta, fundador del Centro de Economía Creativa.

“Espero que se aproveche el momento”, alienta, por su parte, la gestora cultural Patricia M. Velázquez Delgado. “Creo que van a haber más ojos mirando lo que se produce en Puerto Rico”. Y ya han comenzado a hacerlo.

Antes de que Benito Antonio Martínez Ocasio anunciara en enero pasado que haría una residencia en el archipiélago, el grupo isabelino Chuwi tenía solo unos miles de oyentes mensuales en Spotify. Hoy, luego de acompañar al Conejo Malo cantando la “Weltita” en el Choliseo, suman 7.4 millones.

Lo mismo le ocurrió a otros artistas de la escena local que acompañaron al vegabajeño de 31 años en sus conciertos. Los Pleneros de la Cresta y RaiNao tuvieron picos de audiencia en Spotify del 46 y el 26 %, respectivamente. La plataforma de streaming catalogó la residencia como “una celebración del orgullo puertorriqueño, un spotlight [foco] para sus colaboradores y un recordatorio del impacto de la isla en la escena musical global”.

Y es que el histórico evento permitió “visibilizar que hay un montón de proyectos independientes pasando”, resalta Hernández Acosta. Bad Bunny le dio a sus compatriotas la oportunidad de presentarse en el venue más importante del Caribe, pero también surgieron a través del país diferentes plataformas que le brindaron proyección a los artistas independientes. 

Pero todo eso podría ser un espejismo. Así que el verdadero desafío, quizás, está en convertir todas esas pavas en leñas para que sirvan de combustible en el desarrollo de una industria creativa justa y sostenible.

“Hay que crear un ecosistema”, sintetiza el también decano de la Escuela de Artes, Diseño e Industrias Creativas de la Universidad del Sagrado Corazón. Se necesita, dice, atraer festivales masivos, desarrollar una escena robusta de música en vivo y fortalecer la cadena productiva: estudios de grabación, empresas de mercadeo, discográficas y casas productoras. “Tiene que haber taller de trabajo”. 

Pero, para todo eso, “hay que invertir”, subraya la fundadora de Hasta ‘Bajo Project, el primer archivo del reggaetón en Puerto Rico. “Desde el gobierno, tienen que apoyar económicamente a jóvenes para que puedan continuar sus estudios en música. Y que la labor del artista se considere como cualquier trabajo, que tengan retiro y plan médico”.

También se necesita inversión privada, “muchos pequeños empresarios” que ayuden a fortalecer ese ecosistema, agrega el catedrático. Espacios donde la música retumbe y que la gente pueda tropezarse con ella una noche cualquiera en Santurce, en Río Piedras o en la plaza pública de Yauco. 

¿Y ahora qué?¿Megaestadios o ‘venues’ medianos? 

En medio del fenómeno, surgió un debate clave para el desarrollo de la industria musical del país: la construcción de megaestadios. “Puerto Rico lo que necesita son hospitales, escuelas, hogares”, responde Velázquez Delgado sin titubeos. “Creo que el Choli ya es suficiente”. 

Pero si se decidiera invertir en infraestructura, ambos coinciden en que no hacen falta nuevos monstruos públicos. “El país quebró por los proyectos gigantes. Si va a ocurrir, tiene que ser porque la empresa privada está dispuesta a hacerlo”, alerta el experto. Lo mejor, propone, sería potenciar una red de venues medianos y salas que permitan movilidad artística: que comiencen en espacios como La Respuesta, pasen por los teatros del país y culminen, si acaso, en el Choliseo.

“Puerto Rico está durísimo musicalmente”, destaca la también maestra de Historia. Somos el séptimo mayor exportador mundial de música, superando a potencias como Japón, Suecia y Brasil, reveló el Luminate Midyear Music Report, plataforma de medición de la industria del entretenimiento.

Pero, como dice Hernández Acosta, “aquí también hay un tema histórico de autoestima. Llegó el momento de creernos la película que hicimos, de la que fuimos los protagonistas. Tenemos que agarrar ese empuje y construir un modelo de desarrollo económico y cultural que funcione a largo plazo”. 

Benito hizo su parte. Toda la efervescencia existente no puede quedar reducida a un halo de esperanza. Para la cantante Lorén Aldarondo, de Chuwi, participar en la residencia de Bad Bunny le enseñó qué tipo de artista quería ser. Ahora, le resta al país decidir si mantiene ese escenario y crea todo ese ecosistema que la sostenga a ella y a cientos de artistas boricuas que no se quieren ir de aquí.

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José Karlo Pagán Negrón

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