David Rivera: “Lo lindo es combinar y hacer música con libertad, eso es todo”
Cada vez que las palabras se le escapan, David Rivera da dos golpes en la mesa y reaparecen. Como si los sonidos le ayudaran a pensar.
Antes de divagar, decía: “Quiero estar en esa lista”. Mientras imaginaba su nombre junto a los grandes percusionistas que lideraron agrupaciones, como Tito Puente, Ray Barreto, Roberto Roena, Willie Rosario y Pirulo.
Aseguraba que descubrió la fórmula: innovar. Que eso fue lo que ellos hicieron. Que ninguno de sus discos “sonaron iguales”. Que cada uno, como artista, “sonaba distinto” y que había una variedad de personalidades. Y que él sigue esos pasos.
Su proyecto más reciente–una trilogía de EPs, Cuentos, Remixes y Maquetas– es una fusión única de ritmos. Logra tejer beats de funk, hip-hop, rock o R&B con toques de electrónica y, encima, una clave con congas y timbales. Y todo se sincretiza. En Remixes, el artista le da su giro musical a éxitos como «Pienso», escrita por Glenn Monroig, y «Como me das la vida», de la autoría de Bobby Capó, hijo.

“Lo lindo es combinar y hacer música con libertad, eso es todo”, afirma.
No está pendiente a categorías o géneros. Sostiene que eso restringe la creatividad. Él, en cambio, se guía por sus instintos de sentir, de mezclar, de romper, de explorar. “Hacer música es divertido porque es jugar”, suelta.
Siempre se ha sentido “en el medio”, como si no perteneciera del todo. A los ocho años, se mudó de Cupey a una urbanización cerrada. No tenía dinero, pero ahora tampoco era de barrio. Luego, a sus 21 años, fue una minoría cuando se fue a estudiar a Berklee College of Music, en Boston. Y, al regresar a Puerto Rico luego de 17 años, sentía que no podía conectar con la cultura.

Y así es su música, ese lugar donde conviven todas sus experiencias personales. “Es pop, pero no es pop”. Suena a salsa, sí. Pero también hay armonías cristianas –que fue su burbuja en la niñez–, góspel –porque tocó cuatro años en una “iglesia histórica de negros”–, jazz –de su experiencia anglosajona–, y también bomba y plena, por sus raíces boricuas. Es un sonido que atraviesa dimensiones y se nutre de los contrastes.
“Esa fusión tiene mi personalidad y un poco de mi ADHD [trastorno por déficit de atención e hiperactividad] musical”, comenta.
Habla con energía. Utiliza onomatopeyas, pff, tzz, pum. Si lo mezclas con los golpes que da sobre la mesa o al juntar sus manos, suena como una batería. La toca desde sus 17 años, aunque quiso hacerlo antes, pero su madre decía que hacía mucho ruido.
En la tarima también canta. Cierra los ojos y se deja arropar por sus 12 músicos. Recuerda que su banda, La Bámbula, la emuló de Phil Collins, a quien admira por su talento y porque se identificó cuando vio que era un baterista izquierdo. Busca provocar algo más que baile. “Me gusta que vean algo distinto y que me vean porque esa música es mi reflejo”, expresa.
Ha tocado para Pedro Capó, Obie Bermúdez, Luis Enrique y en el grupo Mango Blue, de Alex Alvear. Pero le gustaría no tener un perfil tan público. “Que digan: esa música me gusta, ese tipo me gusta, pero casi no lo veo, pero lo veo. En ese sitio me siento más cómodo”.
Le incomoda que se pierda la personalidad en el intento de repetir fórmulas. Él quiere romper la fila. Ve bien que lo tropical esté de vuelta en el mainstream, con exponentes como Bad Bunny y Rauw Alejandro. Lo percibe como una puerta abierta. “Nos va a traer, a artistas como yo, un poco de visibilidad”, reflexiona.

De hecho, admira la capacidad del Conejo Malo para explorar sin miedo: “Es un artista que está aprendiendo y ejecutando. Me gustaría ser así también… seguir experimentando con lo que aprenda”.
Lo dice como si se preparara para un largo viaje. Por eso, se ha rodeado de tres productores y tres arreglistas. En el momento de crear, “la mejor idea gana”.
Pasó en el tema “Dime”, que interpreta con Luis Enrique y Tanicha López, que estrenará el próximo 13 de junio. Originalmente, era un guaguancó, pero Branlie Mejías le metió house. Después le añadieron swing y merengue.

“No me gusta trabajar con gente que me deja hacer lo que me da la gana”, confiesa.
Últimamente, ha estado escuchando mucho reparto cubano. Y está claro en que, si mañana aprende de bulería, estaría pensando en cómo integrarlo en una canción. Porque no hay límites. Solo curiosidad.
Pero también hay “joseo” y esa ambición de “hacer que las cosas pasen”. Y están pasando.
Cuando se le pregunta qué pensaría su yo de ocho años si lo viera hoy, contesta sin dudar: “Ese tipo está loco”. Se ríe. Luego se pone más serio. El niño quizás no entendería, pero el de 19 sí. El que buscaba su lugar, el que se cuestionaba si valía la pena seguir. Ese, admite David, está orgulloso, contento. “Porque estamos llegando a lo que queremos hacer”.
